impacto de la crisis mundial en la salud

Impacto de la crisis financiera y económica mundial en la salud

La más reciente declaración pública de la OMS sobre la crisis financiera data de pocos días antes de la reunión del G20 en Washington. Reconociendo la gravedad de los problemas que afrontan los dirigentes del G20 y sus asociados en los gobiernos del mundo entero, en la declaración se afirmaba, además, que «no está claro aún lo que la actual crisis financiera significará para las economías de ingresos bajos y emergentes, pero muchas predicciones son particularmente pesimistas».

A lo largo de los últimos cuatro meses, a medida que las previsiones de crecimiento económico en todo el mundo se revisaban siempre a la baja, se ha ido corroborando la exactitud de aquellas predicciones. La crisis es ahora mismo verdaderamente mundial, y ha venido a golpear en un momento crítico para la salud en todas las partes del mundo.

En los países de ingresos bajos, el impacto de la crisis se percibe en la disminución de la demanda de exportaciones, las condiciones más difíciles de acceso al capital y la disminución de las inversiones extranjeras directas y de las transferencias de fondos. Los afectados por el consiguiente desempleo muy a menudo carecen de protección social. Al disminuir los ingresos, se recurre preferentemente a los servicios del sector público en busca de atención de salud, precisamente en el momento en que los ingresos de los gobiernos para financiarlos están sometidos a una máxima presión. Aunque las informaciones son todavía fragmentarias, sabemos ya que a siete ministerios de salud de África (entre ellos, algunos de los más pobres) se les han anunciado recortes en los presupuestos de salud como consecuencia de la crisis. Otros aguardan ansiosamente el próximo ciclo presupuestario.
Cuando las monedas locales se devalúan, el costo de las importaciones aumenta. Es posible que no se pueda disponer de medicamentos esenciales de importancia vital, o que resulten inasequibles. Sabemos que en crisis precedentes el costo de los medicamentos aumentó, y estamos presenciando ya ese efecto en el aumento de los precios, no sólo en África sino también en Europa y Asia central (de hasta el 30%). El impacto potencial va más allá de los individuos y las familias, y afecta al conjunto de la sociedad. Los gobiernos se han comprometido a que las personas afectadas por el SIDA sigan recibiendo tratamiento. Hemos de dar los pasos necesarios para que esas promesas se puedan cumplir. Los precios de los medicamentos aumentan en algunos de los países afectados por la tuberculosis farmacorresistente. Si no se logra atajar esa amenaza a la salud pública, las consecuencias desbordarán las fronteras nacionales.
Muchos países de ingresos altos, con poblaciones que envejecen, han empezado a prepararse en previsión de un aumento del gasto en salud y en pensiones. Varios han emprendido reformas complejas y políticamente difíciles. Debe preocuparnos constatar que los planes para reservar recursos y crear un espacio fiscal para afrontar las necesidades sanitarias futuras de las personas de edad se están aparcando a medida que la crisis se va haciendo más profunda.
La salud es una preocupación mundial. Es una inversión vital en el desarrollo económico y la disminución de la pobreza. Es un elemento central de la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. El acceso a la atención de salud es un derecho fundamental y una responsabilidad de los gobiernos del mundo entero. Disminuir la exclusión, ampliar las prestaciones universales y proteger a la población frente al empobrecimiento son elementos comunes de un número cada mayor de políticas nacionales de salud. Manejar las expectativas y contener la espiral de los costos de la atención de salud son aspectos decisivos para asegurar la solvencia de muchas economías del mundo industrializado. Mantener la integridad de los sistemas que nos protegen de las amenazas transfronterizas, que detectan los brotes epidémicos, las pandemias y las enfermedades emergentes, y les dan respuesta, interesa a todas las naciones. Los progresos realizados en una dirección dependen de todas las demás. Si transigimos en alguno de esos elementos, nos ponemos en peligro a todos.

Una crisis de alcance mundial exige solidaridad y medidas mundiales. El mantenimiento de los niveles de salud y otros gastos sociales es esencial para proteger la vida y los medios de subsistencia e impulsar la productividad. Cuando los países carezcan de las reservas adecuadas y donde hayan disminuido los ingresos, la asistencia tendrá que cubrir el déficit. Habrá que manejarla con gran destreza para obtener el máximo provecho posible. Pero el punto esencial es que los compromisos para mantener los niveles de asistencia no son un plus adicional de la agenda de recuperación, sino un elemento integral del cual depende su éxito.
El impacto de la crisis será distinto en cada país, pero existe un consenso cada vez más amplio acerca de lo que habrá que hacer para sostener los niveles de salud: necesitamos información de buena calidad, en tiempo real, para orientar la respuesta; hemos de ser capaces de identificar los grupos más expuestos; hay que asegurarse de que los programas de protección social estén bien orientados y lleguen hasta quienes más los necesitan; hay que mejorar la eficiencia del gasto donde sea posible; hay que reconocer que las crisis a menudo brindan la ocasión de efectuar reformas; hay que mantener los gastos en prevención (que a menudo son la primera víctima de los recortes); y donde se necesite asistencia externa, hay que velar por que sea lo más eficaz posible.
La meta fundamental de la recuperación económica son las personas: lo que interesa a la OMS es la salud de las personas, pero la salud depende de muchos otros factores: el empleo, la vivienda, la educación. En algunos países, los paquetes de estímulo económico apuntan directamente a la salud de la población (se reducen los pagos del seguro de salud o se construyen dispensarios). Pero un programa de infraestructuras bien planificado ofrecerá múltiples beneficios: las carreteras rurales aumentan el acceso a los mercados, impulsan los ingresos de los agricultores, y reducen la mortalidad maternal. La ayuda prestada a los planes de microfinanciación también propicia que los niños vayan a la escuela y la mujer se emancipe, y multiplica las perspectivas a largo plazo de sus familias en materia de salud.
La crisis financiera ha mostrado la cruz de la interdependencia mundial. La respuesta tiene que mostrar la cara, es decir, los beneficios de la cooperación mundial. Hay signos positivos: varios países han anunciado públicamente su compromiso de mantener los niveles del gasto en los sectores sociales, y la mayoría de los donantes han prometido mantener sus gastos en concepto de asistencia. Muchos países, no obstante la crisis, han decidido seguir adelante con reformas que habrán de mejorar el desempeño de las funciones de sus sistemas de salud ante los importantes cambios demográficos y sociales que afrontan. Las Naciones Unidas trabajan con ahínco para que la respuesta sea lo más conjunta posible. La equiparación entre crisis y oportunidad se ha convertido ya casi en un tópico. Sin embargo, opino que un planteamiento verdaderamente mundial de la recuperación económica, que otorgue la mayor importancia a la vida de las personas y a sus medios de subsistencia, propiciará el surgimiento de sistemas más robustos, más eficientes y más equitativos que los que ahora mismo están tan gravemente amenazados.

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